Benedicte Pfeiffer  (Málaga, España) 

Reconozco que soy una persona bastante escéptica y racional que se basa primordialmente en pruebas objetivas a la hora de determinar la veracidad de cada cosa que contemplo. Por eso, para mi, lo que estoy a punto de contar resulta especialmente alucinante, pero, sobre todo, revelador.
Todos sabemos que los animales no mienten, y en el caso de mi caballo Gede no iba a ser de otra manera.

Desde el momento que Gede llegó a mi vida él ha tenido un carácter sumamente particular y complicado. Aunque ha mejorado con la paciencia y el pasar de los años, ha sido siempre un animal extremadamente nervioso y desconfiado que puede llegar a poner muy violento si se le trata de forzar a hacer algo que no le gusta. 

Esto, de alguna manera, podría ser bastante llevadero y entendible en la mayor parte de los animales que puedan haber sufrido algún tipo de trauma o una sensibilidad fuera de lo normal, pero a mi caballo se le suma que, si ve alguien acercarse sin más y le gusta, todos esos problemas se esfuman de un plumazo, convirtiéndose en un animal dócil, noble y cariñoso. Nunca ha dejado de llamarme poderosamente la atención. Nada más comprarle, sin conocerme de nada, mi caballo siempre ha sido infinitamente más fácil de llevar por mi, hasta el punto de poder tratarle (quitando que no deja de ser un animal muy sensible y medioso) con total normalidad, mientras que tanto he oído historias de cuando estaba ausente,y he visto con mis propios ojos, como otros lo han llevado con miedo y sin atreverse si quiera a estar cerca de él porque se ponía muy nervioso, violento y entraba en pánico dando igual quién se ponía delante llevándose más de uno más de un buen susto. 
Nadie se lo explicaba, pero claro, era una cosa tan cantosa que nadie podía negarlo: “algo le ve el caballo a Bene que no le ve a nadie”.

Quizá el día que más me extrañé de ese comportamiento fue verle siento herrado atado con total tranquilidad, por un señor que no había visto nunca y sin sedación. Yo, con él, hasta entonces, no había vivido otra cosa que un caballo que no podían herrar sin sedación, estar yo presente, mucha paciencia debido a sus continuos saltos y protestas. Y por supuesto sin atar, porque entraba en pánico de inmediato y tiraba hacia atrás.
Me di cuenta, además, que cuando parecía estar acostumbrado a la gente, en realidad solo se había acostumbrado a esa gente de esa cuadra, porque en cuanto le cambié empezaron otra vez a llegarme historias sobre un caballo histérico que hacía llorar a la moza de cuadra que lo manejaba y al que nadie se le atrevía a poner un solo pie en el estribo.
Cuando llegué yo a esa nueva cuadra y comenté mis ganas de llegar al día siguiente de montarlo, todos se dieron la vuelta y me miraron con estupefacción. Cuando lo monté la primera vez, varios no pudieron resistirse a ir a verme encima de mi caballo, porque no daban credibilidad a que eso pudiese ser posible.
En ese mismo momento de mi llegada las demás personas también pudieron empezar a manejar a mi caballo sin miedo, e incluso montarlo.

De nuevo cambiamos de cuadra y me lo traje a mi casa particular. Tuvo que venir un ejército de herreros que claudicaron por diversos motivos debido al carácter de mi caballo. Incluso con la sedación se ponía violento y pataleaba al ser herrado. 
Con el último herrero que dejó de coger el teléfono ya me entraron ganas de llorar, como era lógico. A Gede no le gustaba nadie y yo ya estaba desesperada. Contacté con un nuevo herrero disculpándome de ante mano por el carácter de mi caballo y comentándole que debía de quedar con el veterinario para sedarlo que, si no, no había manera.
Aquello fue el colmo: el nuevo herrador tomó su tiempo, al caballo se le pasaba la sedación y Gede seguía sin mover una oreja.
Ante la estupefacción de mi veterinario, que le había visto con los otros herradores, al siguiente herraje el nuevo herrador propuso tratar de no sedarle, y el veterinario se marchó con el caballo herrado sin pinchar. Mi caballo no se había movido en todo el herraje.
Yo ya le había contado a mis veterinarios (son una pareja) que a veces mi caballo conocía a gente que le caía bien porque sí, y él no me creía. Ahora ellos también se han sumado a la lista de personas que no se lo creen.

¿Qué le ha pasado a mi caballo y por qué tiene ese comportamiento tan extraño con la gente? Demasiado evidente como para decir porque sí. 

Ahí fue cuando apareció Nuria. Vi varios vídeos suyos en los que hablaba de otra forma de entender a los animales y de cómo ellos nos entendían a nosotros. No pude evitar pensar que aquello tenía mucho más sentido en el caso de mi caballo que un simple “porque sí”. Así que decidí ponerme en contacto con ella para que comunicase con mi caballo con la esperanza de encontrar las respuestas que tantos años llevaba buscando.

Jamás hubiese imaginado todo lo que salió de ahí. Y todo lo que mi caballo le contó que no había forma humana de que ella supiese.
Mi caballo aparecía hablando en sus líneas como si fuese una persona. Habló de malos tratos y de que veía el aura de las personas. Cosa que explicaba porque decidía confiar o no a simple vista. Para él si el aura no estaba limpia y los colores equilibrados, esa persona no merecía de su confianza. Y tiene razón, yo misma he podido notar como las personas que sí le gustan tienen una calidad humana un poco superior a lo que estamos acostumbrados. Les brilla los ojos de nobleza y bondad. 
Explicaba como le habían roto el corazón y de cómo decidió elegirme el día que le vi por primera vez, de cómo había aprendido a confiar de nuevo gracias a mi. 
A esas alturas yo ya lloraba como una magdalena, porque siempre me he sentido muy honrada de significar tanto para un animal y que este además lo dejase tan patente delante de todos y sin lugar a dudas.
Gede le hablaba de nuestros juegos, del mote que yo le ponía y de lo agradecido que estaba por haberle defendido y creído en él a por encima de todo. 
Abrumada, sin dar credibilidad ante tanta coincidencia, ante tanto que encajaba, llegué a las cuadras y no solo él, mi otro caballo y mi burro se arremolinaron a mi alrededor. Ellos me miraban inquietos, como si me hubiesen estado esperando. Gede me puso la nariz sobre el corazón.
Os podéis imaginar que fue muy emotivo todo ese momento.
Les di su comida y escribí a Nuria explicando lo que había sucedido. Pasé unos minutos mirando el Facebook hasta que ella contestó. Entonces mis tres animales reaccionan levantando la cabeza bruscamente a la vez y se vienen en tanda a tocar el teléfono con los morros. 
Nunca, nunca, nunca dejan su comida porque sí para venir a ver lo que sucede. Y menos de forma tan repentina y brusca.
Era evidente lo que aquello quería decir.

 
Para mi, la comunicación, ha sido, sin lugar a dudas, la puerta de entrada a un mundo nuevo donde se entiende la relación con los animales de una forma totalmente diferente. Y desde que decidí, además, aprender con Nuria, ellos también tienen una relación totalmente diferente conmigo en la cual siento que acuden a mi y me miran sabiendo que hay algo que tratan de decir.

Fecha: 2018